sábado, 18 de julio de 2009

al fin y al cabo, persona...
























Ella se cree mi dueña, y yo, le sigo la corriente.

Damos un largo paseo todos los días, aunque no todo lo prolongado que ella quisiera, porque esa mujer, cuando sale de casa, nunca tiene prisa por volver.
Pero hay ciclos, -no sé qué problemas tendrá mi prójima-, que todo lo hace deprisa y corriendo. La correa con la que yo la paseo, está tensa todo el tiempo, y ella, puro nervio, tira de las riendas queriendo cruzar acelerada los semáforos en ámbar.
"Quieta!" -le digo-, y con expresión contrariada se pega obediente a mi lado esperando que el disco madure y el semáforo inteligente se convierta en verde brillante en cuarenta segundos. "Ya!", y cruzamos el paso peatonal como si le fuera la vida por llegar al otro lado.
La quiero porque es cariñosa, pero no me ciego en mi pasión de perra y reconozco que es bastante aburrida y primaria. No entiende el arte del callejeo, el deambular sin ton ni son no está hecho para ella. No, cuando pasea conmigo.
Concretando: tenemos distintos intereses, y paso a evidenciar nuestras diferencias.
Cuando se aproxima un compañero, confraternizamos con unos cuantos olisqueos, lo habitual en estos casos, y ella -que ya he dicho que es buena pero simple-, se impacienta si nos entretenemos en la ceremonia -empeora el ambiente si el que se acerca es un desconocido-, entonces balbucea un sonido repetitivo: "quita, quita!"...interrumpiéndonos con un tirón seco el acto mutuo de reconocimiento de feromonas.
Por no hablar
de la ignorancia total que posee sobre el placer de oler farolas. No sabe, no conoce, no detecta, las estelas que tienen imprimidas. No entiende de marcajes ni seguimientos.
En su desconocimiento sobre la especie -mi especie-, no percibe ni el sexo de mis camaradas, y vuelve a emitir el mismo sonido cuando se acercan nuevas figuras, correa en mano: "es perro o perra?, lo digo para no tener problemas".
Pero qué problemas?. Ella, es mi problema.
Si la dejo a su aire, su afición es detenerse frente a escaparates de colores, con la cara absorta se queda mirando...un cristal!, observa los precios, incluso se agacha para examinar los que quedan muy abajo, y vuelta a empezar diez pasos más allá. Cansina, su actividad me resulta muy cansina.
Sólo porque la quiero, no paso vergüenza ajena cuando en la práctica de esa actividad bobalicona se cruzan mis compañeros paseando a sus mascotas humanas.
Ella, la pobre, al fin y al cabo persona, es, en sí misma, mi dificultad, cuando juntas hacemos la ronda diaria.


Si os apetece participar:
Un amor realzado por la presencia de un animal particular, de una máscota.
la redaccion con los blogs

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sábado, 11 de julio de 2009

discursos...



Por calles, plazas, rotondas y lagunas,
plantabas palmeras con mi nombre y yo me veía obligada a inaugurarlas.
Tuve que poner cordura a tantas solemnidades porque los dicursos me salian repetidos.



Repasando el blog, he leído este post de hace justamente dos años.
No lo recordaba -ni yo, ni nadie-. Me ha hecho grácia...y aquí os lo planto-

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martes, 7 de julio de 2009

un problema de gafas?...















No le conmovía la luz del ocaso sentada frente al mar, quizás porque ya no era compartida como ayer junto a los ojos de su amado, cuando silenciosos enlazaban una misma emoción admirados ante el espectáculo gigantesco y único que la naturaleza versátil desplegaba segundo a segundo, hasta envolverlos en un anochecer precipitado.
Muy juntos, en la penumbra recortada, sus cuerpos confundidos con el paisaje de ensueño de la luz menguante, eran arena, rocas, barcas y luna saliente. Abrumados de belleza, vinculados, se buscaban, compartían el último cigarrillo y volvían a casa -caminito de plata que la luna señalaba-, creyendo, enamorados, que juntos visionarían muchos atardeceres.

Certificó que se había vaciado de sentimientos al volver por primera vez, al paisaje que contemplaron juntos la última vez.

Se quitó las gafas oscuras para apartar un humor salino suspendido entre las pestañas y el cristal y se deslumbró, ahora si, con la puesta sol.
Como un milagro venido del más allá, el crepúsulo recobró su esplendor.
Se desplomaba con lentitud el firmamento, y el mar, inmensa extensión de luz dorada en un atardecer repetido y renovado en su eterno vaivén, semejaba un cristalino recipiente de cava espumoso y ondulante.

Supo nada había cambiado, que la emoción permanecía intacta.
Sólo que en su torpeza de veraneante recién iniciada, no había calculado que nunca hay que contemplar una puesta de sol con gafas oscuras.

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