

Me ha hecho gracia y aquí se queda
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que hoja a hoja va perdiendo sus enigmas...
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Ophelia(1851-52) Prerrafaelista
Sir John Everett Millais
Allí donde en el rio crece un sauce recostado, que refleja hojas blancas en el agua cristalina. Allí, mientras tejía fantásticas guirnaldas de ranúnculos, ortigas, margaritas y esas flores alargadas que los pastores procaces llaman con nombres soeces, pero que en boca de nuestras doncellas no son sino “dedos de difunto”. Allí, cuando trepaba para colgar en el árbol su corona silvestre, rompiese una rama pérfida, y cayo ella, y sus trofeos floridos en aquel arroyo de lagrimas. Extendidos sus ropajes en el agua, salía a flote cual sirena, y cantaba estrofas de antiguas canciones, inconsciente del peligro, o como hija del agua, acostumbrada a vivir en el propio elemento. No paso mucho tiempo, sin embargo, sin que el peso de sus vestidos empapados de agua arrebatara de sus cánticos a la infeliz, arrastrándola al cieno de la muerte.
Shakespeare, Hamlet, Acto IV, escena VII.
Si hay un tipo de mujer en la literatura que conmueva de verdad, es, sin duda alguna, este de Ofelia, la desdichada novia del insensato Hamlet.
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En todas sus canciones sobresale una supercargada entrega, aullante, rasposa y apasionada.
Marlango no es Leonor Watling que canta, pero Marlango sin Leonor Watling no sería lo mismo. Su personalidad, su voz, y esa mezcla de timidez, lejanía y magnetismo que transmite desde el escenario hipnotizan al público desde el primer momento. Parecería que Leonor está hecha para ser mirada, si no fuera por esa voz grave que se cuela por todos los rincones de la sala y que hace grandes las pequeñas canciones de Marlango. Pequeñas porque son como retazos de la intimidad del grupo, delicadas y frágiles.
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Hum, ser valiente no consiste en no tener miedo, sino en sentirlo y aún así, continuar adelante .