viernes, 26 de junio de 2009

mi anónimo...













Atávica como los simios, levanté las manos para abarcar su espacio.
Abracé su imagen, una visión sin ojos -el revelado no incluía la sonrisa habilmente recortada, intuida y seguramente pálida-.
Los de seguridad tomándose su trabajo al pie de la letra, alarmados, temiendo un acto vandálico, me exigieron compostura.
Creo que me lo enseñaron en la infancia y lo olvidé: no se abraza a los desconocidos.
Lectora de su fisonomía, rastree su biografía silenciada en el catálogo couché de 80 gramos, papel brillante.
Me despedí de él con una última ojeada, guardada su imagen impasible en mi archivo íntimo, imponiéndome la enrevesada tarea de ser el detective privado que descubra la identidad del hombre sin mirada y sin sonrisa.

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sábado, 20 de junio de 2009

alma de blues...











Era nostálgico. Hizo de su nostalgia una condición de vida.
Leyó la frase de Miles Davis: "dejemos el blues para los blancos", y convirtió su vida en una estructura de blues clásico de doce compases.
Pero las ilusiones son personajes peligrosos y sin defectos.
En realidad era un negado para la música, y en su distorsión de la percepción sensorial se enredaba con la tristeza que envolvía su monótona y decepcionante vida de burócrata. Como contrapunto, murmuraba palabras en un largo lamento, que él creía baladas.
Cuando le preguntaban en que trabajaba, no sabía como definir su ocupación. Era un interventor administrativo que retenía un alma de bluesman.

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sábado, 13 de junio de 2009

de difícil explicación...


















No me mires, ya no te veo, uso lentillas opacas que me protegen de tus miradas.
Si me llamas por mi nombre y no respondo, no te extrañes, he cambiado todas las vocales, se me quedó el nombre propio en un sin sentido y me identifico con un alias.
No me escribas, me cambié de domicilio, alquilé mi casa a una familia trashumante.
No me olvides aunque leas mis palabras quiero ser el fantasma de tus sueños.

Leyó un tratado sobre Como llamar la atención y le añadió nuevas cláusulas.
Tenía talento natural y sabía alimentarlo.
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sábado, 6 de junio de 2009

el tren de las 7.30...














Hacía tiempo que no viajaba en tren.
En realidad hacía bastantes años que no utilizaba este medio de transporte, ni en corto, ni en largo recorrido.
Recordó cuanto le gustaba desplazarse en ferrocarril, antes, cuando lo usaba a diario.
Este en concreto, era el que la devolvía siempre a casa, su tren de las 7.30, aunque el lenguaje digital en verde de la gran pantalla, marcara -confundiéndola a diario-, que eran las 19.30 P.M.

El paisaje había cambiado y ella también.

Se acomodó para un viaje doble, de locomoción y al interior de sus recuerdos.
Hacía tiempo que evitaba acordarse que había tenido una casa en las afueras de la ciudad que compartió con un hombre - el hombre- que tanto había amado y que tanto la había defraudado y por primera vez razonó sin una partícula de sentimiento y con la vista clavada en el horizonte cambiante, que quizás debería ser justa y afinar el juicio: ella también fue una gran defraudadora.
Al entrar el convoy silencioso en el primer túnel, recordó el dolor del primer tiempo de la ruptura, como navegó dentro de una niebla espesa que le impedía avanzar, como creía empujar su espesura gris, ella, que era débil y pálida y su cuerpo no era atlético, como emergiendo detrás de un telón con apariencia teatral brotaba más y más niebla compacta, pastosa, de tono sucio y plomizo y como la fatiga la desfondaba sin apenas moverse del sitio.

En la introspección escuchó el vacío de sus propias palabras, escapadas desde la comisura de su boca, desprendidas, pálidas como una letanía pobre: no hay que afligirse por un amor evaporado.

Y eso, no la consoló.

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