La lluvia en Sevilla es una maravilla?.
Tuve un sobresalto al girar la esquina y toparme con el pecho de un encapuchado de satinados pliegues rojos y lacerado corazón dorado. Disculpas. Nuestras miradas se cruzaron. Sus ojos negro azabache mantuvieron sin pestañear la mirada: uno, dos, tres, cuatro, cinco segundos...yo, inmóvil con la sonrisa floja y él, avanzando calle arriba, girándose, sosteniendo con su mano la tela que bajaba hasta sus hombros para no descompensar el capirote. Con el porte erguido parecía ignorar la humedad bajo sus pies descalzos.. sólidos sus tobillos. Se volvió y tuve la impresión que me sonreía pues sus ojos se achinaron de manera ostensible. Otra vuelta más y otra, hasta que el gentío nos cruzó y perdí de vista sus ojos, pero no la punta del cucurucho que giraba en mi dirección. Adiós nazareno, adiós ! -digo yo que sería un nazareno, no un costalero o un pertiguero-
Soy una catalana desorientada que no comprende la liturgia de las procesiones del sur, pero que si, interpreta la de las miradas.