
Estuvo preparando la cena durante toda la tarde y acabó con el tiempo pisándole los talones. Le quedaban menos de veinte minutos para dar la última ojeada a los detalles.
Se retocó el maquillaje, se subió a unos hermosos zapatos de tacón negro, se sacó el delantal de borregos y vacas, se puso el vestido de fiesta, -cero en joyas- y esperó a sus invitados sentada en el sofá...abrió con cuidado una botella de vino negro y se sirvió, paladeando con lentitud la copa que hizo el milagro de que el cansancio se evaporara antes de haberla consumido.
Estaba un poco nerviosa y le dolía ligeramente la espalda.
Sus amigos llegarían pronto, a las 9 y media según lo acordado.
Razonó, con afecto, que se estaban haciendo mayores, que en sus encuentros formales -tres veces al año- dejaban pocas cosas al azar y que cada vez eran más sensatos, sensatez que empezaba por el
ABC de la buena educación: la disciplina de la puntualidad.
Todos, como una sola persona, con un margen de siete minutos de retraso sobre lo previsto, llamaron al timbre. Exclamaciones festivas y graciosas de asombro, de la
precisión -casi- británica.
Abrazos, risas, ramito de la buena suerte y besos perfumados.
Después de dejar los abrigos y los bolsos en la habitación pequeña, se acercaron a la mesa buscando su ubicación y su vecindad; una
tarjetita con el nombre al lado del plato marcaba las posiciones. El segundo movimiento en La menor, fue localizar visualmente la silla de "su" regalado para ejercer de amigo invisible, retirarse en grupo a la habitación y uno a uno, volver por separado a la sala para depositar el presente.
El sorteo del "damnificado" -así llamaban al que recibía el regalo-, se había hecho dos meses atrás. Nombres con apellido
incluido, plegados en pequeños papeles dentro un enorme calcetín -forzosamente había que poner apellidos para no crear confusión, dado que había varios nombres propios repetidos-
Le gustaría a C. lo que le había comprado?. Tenía el obsequio desde mucho antes de lo políticamente indicado, un mes antes de que la movida navideña urgiera a las compras compulsivas. Una tarde, a la hora boba, al cruzar ante un iluminado escaparate se enamoró de aquellas "cosas" -de todas, y hubo que seleccionar para ajustarse al presupuesto- y pensó que eran perfectas para su querida, su estética amiga C.
La bolsa guardada durante semanas en el armario tenía los bordes un poco más arrugados que los otros paquetes de reciente envoltorio, pero a esa hora, con esos nervios, a quién demonios le importaba los pliegues del embalaje?.
Es difícil escoger regalos cuando todo el mundo tiene de todo y no se necesita de casi nada, ni se esperan productos de primera necesidad. Ventajas del capitalismo feroz. Por eso todos debían esforzarse en la
inventiva. Y hubo algunos realmente inspirados.
Fue la penúltima en abrirlo: papel satinado
verde, erguidos lazos
dorados y etiqueta blanca con torneadas, estandarizadas letras rojas:
FeLiCeS FiEsTaS!.Carraspeo, exclamaciones, risitas y rasgar el envoltorio entre aplausos.
Uno,
Dosss y
Tressssss!
..El paquete estaba vacío.Su amigo invisible, en un ataque de coherencia, le hizo un regaló invisible. Regalo que nadie atinó a ver, al ser total, su invisibilidad.
Sonrió, con sonrisa sin dientes. Cómplice.
Tuvo la certeza que estrenaba
momentazo.
Se acababa de marcar un inquietante antes y un después.
El malestar, la alarma de ser el próximo damnificado de los 24 de Diciembre de todos los años por venir, ya estaba seriamente instaurado.
El juguetón, el rompedor amigo amparado en la invisibilidad, acababa de introducir una nueva pauta de comportamiento en el hasta ahora, plácido Espíritu de la Navidad.
FeLiCeS FiEsTaS!.