
Un rumor aparentemente inocente se convirtió con el paso de los días, en una ola, en un tsunami.
Creí sus justificaciones.
Es muy sencillo de explicar: los amigos tienen bula. La empatía, el afecto, extiende velos ligeros delante del objetivo, algo parecido a una lente velada que da al enfoque un toque embellecedor. Por sentimiento y sin razones, difuminamos los trazos más burdos y groseros de su identidad encadenando nuestro apego a la palabra, a la mirada del amigo.
Me costó aceptar la verdad.
Y todo el ayer se marchó con él, en la despedida.