
Hoy se ha vestido de rojo para salir al campo
de la batalla diaria.
Un color brillante revela, es el signo externo,
de que todo va bien.
Se coloca encima un abrigo claro -es un viejo truco
que la naturaleza conoce muy bien para atraer a la luz-
se calza unos zapatos cómodos, porque con la zancada larga
tiene la impresión que ha andado menos, llegando antes.
Para qué?. Para quién, se viste de rojo?. Para ir dónde?.
Para encaminarse a la estación de metro sin cruzar la calle,
bajando, a mano derecha.
Aunque odia coger el metro por la carencia de paisaje.
Largos pasillos y algunas goteras con vocación de estalactita
acechan a los indefensos usuarios, dispuestas, al menor descuido
a producir una infección más que segura si hacen diana en un ojo.
Bajar ordenadamente las escaleras mecánicas en fila de a dos y
llegar al andén, donde un conjunto humano con caras
de póker enfilan sus cuerpos disciplinados delante
de la raya blanca que los separa del vacío de las vías.
Las miradas atentas a la entrada de los vagones -gruta negra
con neones emergentes- y las expresiones agudizan
su máscara de nada.
Es el signo externo de alerta, el aviso que están circulando por un
espacio que les es ajeno, paréntesis de roces involuntarios, entre
destino y destino.
En el vagón, apiñados y sin remedio se
contactan los cuerpos y se evitan los cruces de miradas que puedan
generar malentendidos.
El ser, cuando es masa, no contempla "la alegría de que el otro exista".
La del vestido rojo, cada mañana se empeña en cambiar su uniformidad
porque le desagrada la monotonía.
Porque tiene la intuición que el aburrimiento se está instalando en
cada
uno
de
sus
actos.
Y entiende, que del aburrimiento al cansancio sólo hay paso, muy corto.
Discover Bob DylanNew Morning!
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