domingo, 29 de marzo de 2009

como dice usted que yo me llamo?















Como una naturaleza muerta se vació de todas las palabras.
Dejaron de tener significado propio porque la confundían.

Sabía, creía saber, que una vez había sabido, que las palabras
se amplían y transforman, pero chocaba desorientada con los vocablos.
Porque cuando decía: agua, no podía precisar
si hablaba de un océano o de llevarse un vaso de agua a la boca.
Si afirmaba: pasión, acaso se refería al color rojo, o no,
también podía describir el deseo de que amó hasta el desvarío.
Al mencionar: ráfaga, podría ser que el viento le arremangaba las faldas
o que un revuelo de imágenes la aturdían.

Pero si decía: mi hija, la nombraba con el nombre de su madre.

La cara sonriente dijo la palabra alzheimer con ternura
mientras le acariciaba la mano. Ella le correspondió con otra sonrisa complíce.
También la desconocida se confundía, sabía que en realidad quería decir: azahar... ese era el nombre real de aquellas flores olorosas, inmaculadamente blancas
que le entregaba aquella persona amable, de facciones vagamente familiares.
Las flores en realidad se llamaban gardenias.
La desconocida era su hija, aunque aquel día la llamara señorita.
Es muy amable, son muy hermosas las flores señorita.

Y la señorita la observaba con impotencia, miraba como su madre se alejaba hacía la perdida progresiva de los sentidos del pensamiento y la memoria para finalmente llegar a la desaparición del lenguaje.
La mujer inteligente y generosa que amó, la que siempre tomaba las decisiones correctas, se estaba fugando progresivamente hacia un mundo infranqueable del que ya no había retorno.

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sábado, 21 de marzo de 2009

dos muy juntos, hacen una sombra...

















Evitaba salir de día si no era absolutamente imprescindible. Si por cualquier circunstancia le era forzoso bajar a la calle, rehuía las más concurridas y andaba ligero con el cuerpo adosado a la pared. Sobretodo en verano, cuando el sol está más alto en la bóveda celeste.
Era coincidente su total desaparición de la vida pública con el cambio de horario, cuando las jornadas de luz eran más largas.
En cambio, en días de lluvia y especialmente en los días nublados, era fácil verlo deambular durante horas por parques desiertos, alrededor de los centros comerciales o paseando por la playa.
Los más reflexivos decían de él que no necesitaba nada, que estaba en paz con el mundo en los términos de lo que se da y lo que se recibe. En cambio los más jóvenes, de lengua ligera, opinaban que el tipo no tenía control en la coexistencia y que su temor era descubrirlo, porque si lo lograba, eso le supondría tener que amigarse con la vida.
En lo que todos coincidían, era que su biografía no era compartida con nadie, y que su actitud huidiza parecía indicar que sólo podía ser un espejo para los que pasaban de largo.
Murmuraciones inexactas de la gente del barrio.
Él era un hombre de costumbres fijas, habituado a salir todos los días poco después de anochecer. Compartía momentos nocturnos con poetas, marginados, grupos ruidosos y muchachas de piel bronceada.
Si los habladores se hubiesen tomado la molestia de observarlo durante un tiempo razonable, habrían descubierto a un tipo ingenioso de sonrisa breve con un brillo de fuego en la mirada que desentonaba en un rostro demasiado pálido.
Sólo cuando se enamoró de una enérgica camarera argentina que lo apremiaba para que se vieran a la hora del almuerzo, tuvo la fuerza suficiente para confesar su íntimo secreto.
Nunca se citarían en días soleados.
Porque él, era el único hombre que tuvo la mala sombra, de nacer sin sombra.



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sábado, 14 de marzo de 2009

fabulous crooner...


















Cuando lo conocí, lo primero que me llamó la atención fue su voz.
Más tarde supe que tenía vocación frustrada de cantante.
Estuvimos un tiempo muy corto de "roneo" y al poco, empezamos a salir.
Era un tipo agradable y cariñoso, solo tenía en su
contra la malograda carrera de cantante.

Practicaba conmigo ante cualquier situación. Su vida era un musical. A la mínima ocasión, me cantaba enamorado: "voy a pintar, las paredes con tu nombre mi amooor".
Le veía capaz de hacerlo. Estaba temerosa de encontrarme, al salir de casa, cualquier mañana, con mi nombre estampado por todo el vecindario.

Llegó la primavera y cambió un poco el estilo, se decantó por la balada:
"antes que ver el sol, prefiero escuchar tu voooz". Como un bucle infinito una y otra vez: "antes que ver el soool...".
Yo me iba a la playa a tomar el sol, adoro el sol, es mi fuente de vitaminas,
y mi época preferida para ponerme tostada.
Pero el prefería escuchar mi voz. Me iba sin él

En verano nos fuimos de vacaciones a la otra punta de la península. Me regaló su canto hasta llegar a Cuenca, aunque como no tenía muy aprendida la canción, sólo entonaba el estribillo, no avanzaba en la letra: "no quedan días
de verano para pedirte perdón, para borrar del pasado el daño que te hice yooo...".
Agotado se durmió buena parte del viaje, y yo, aliviada, pude sacarme los tapones de los oidos.

El otoño fue muy benévolo, con temperatura casi veraniega.
En esa época, él estaba un poco sombrío. Le dio por entonar: "los celos son alfileres que no me dejan vivir, quien quiera saber de celos, que me lo pregunte a miiii". Empecé a alarmarme. Lo tranquilicé. Cariño, todo está en orden.

Llegó el invierno, con sus días grises, los abrigos de paño y la calefacción a 23 grados y su voz fue languideciendo. Estaba ensoñado y me miraba con tristeza. Creí que le estaba rondando un resfriado y salí a la farmacia a comprar "Desenfriol". Cuando llegué a casa me cogió las manos y con los ojos húmedos, tarareó muy quedo: "cada vez que decimos adiós, me muero un poco. Cada vez que decimos adiós, me pregunto por qué un poooco…".

Supe que había llegado el momento del adios. El chico del cante, emigraba. Le hice la maleta, le puse el "Desenfriol" en el bolsillo de la americana y lo acompañé a coger un taxi. Hasta el día de hoy.

Me han dicho que ahora vive en Adliswil, en Suiza, con una secretaria de dirección muy graciosa, rubia y pálida, una buena persona que lo trata a cuerpo de rey. Sólo los que hilan con el hilo muy fino, le encuentran un pequeño defecto a la beldad que acompaña a mi ex: es un poco dura de oído.

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martes, 10 de marzo de 2009

cruzando las Ramblas...



















-estatua humana Ramblas de Barcelona-


Hay días, hay temporadas, -hay siglos-, que
todo se me antoja dificultoso.
Las cosas más sencillas se me hacen una montaña.
Durante todo el tiempo es un combate a brazo partido para
ganarle el pulso a lo cotidiano.

Hoy, después de recoger unos papeles en un edificio "oficial" -que cosa tan molesta!-, he cruzado la rambla de mi ciudad famosa por sus flores, y me he detenido delante de un pequeño olivo con las hojas plateadas giradas hacia mi, brillando al sol. He entendido que era un acto de seducción, un canto de sirena, y, precipitada y sin darle tiempo a los preámbulos, lo he comprado.
Y allí estábamos, paseando el olivo y yo, entre los turistas y las estampas más características de las Ramblas: las estatuas humanas, tan integradas al paisaje, que cuando al anochecer recogen sus bártulos y monedas, se crea un gran vacío, semejante a la idea de ir al Vaticano a contemplar la bóveda de la capilla sixtina y encontrarnos que las pinturas han sido cubiertas.
Hemos cogido el metro, la línea 3. Yo, sintiéndome un poco singular sentada entre una embarazada y un ejecutivo y con el arbolillo -que fuera de contexto parecía más grande-, acomodado en mi regazo. Y me imagino que el pobre oleastro, ahora sin brillo bajo las luces del duro neón, apretujado entre un gran bolso y mi pecho, sintiéndose totalmente desplazado.

Al llegar a casa, lo he colocado donde no debería estar, en un lugar donde nunca lo arrullará el sol, pero donde mis ojos lo verán desde cualquier ángulo de la sala.

Y es que hay días, -siglos-, que es necesario comprar un olivo enano, y que su efecto placebo adormile unas ánsias de paisaje panorámico.

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martes, 3 de marzo de 2009

quien escucha un rumor no tiene garantías de que sea cierto...


















Los rumores se extendían.
Apuntaban como saetas envenenadas en dirección a la forastera que vivía en
la casa de los álamos.

Te has enterado?...sabes aquella mujer que parece tan delicada, la que sale al anochecer, si, la que nos cruzamos por la calle principal siempre con la mirada baja?..se dice, se comenta, que ha cometido un asesinato en otro Estado, que se ha fugado y se esconde de la justicia en la casa de la colina, la verde, la que sólo se alquila en verano. Seguro que en cualquier momento será reclamada y devuelta al Estado que tiene la jurisdicción de su delito. Dicen, que antes de encender las luces de la calle y amparada en las sombras, a la hora del cierre, se presenta en la papelería "Books and Coffee", que compra cantidades enormes de folios...y que antes de pagar, manosea el papel tocando las distintas texturas. Un comportamiento rarísimo, que tiene muy molesto al puntilloso sr. Bart.

Dorothy Ahlquist, ajena a los rumores, concentrada, trabajaba de noche y se dormía al amanecer.
Decidió tres meses atrás que el azar le indicase una ubicación donde pasar el otoño, giró el dedo índice en el mapa recién comprado y señaló un pequeño pueblo con el nombre desgastado y sin dudarlo se instaló en una pulcra y luminosa casa victoriana de madera, en las afueras, rodeada de cañadas y dehesas con dos grandes álamos que guardaban la entrada principal.

Preparaba su quinta novela policíaca, género: serie negra.
Debía entregar el original a finales de Noviembre. No podía distraerse ni defraudar a un público fiel, después que los críticos dijeran de su última obra: "La asesina sin disfraz", que había tocado techo y la consolidaran a la altura de escritores como Mc Coy, Hammett, o el mismísimo Chandler.
Pensó que había tenido mucha suerte al adoptar un lugar tan agradable y tranquilo para trabajar y se alegró de que los habitantes fuesen tan discretos que nunca la visitaban ni la interrumpían.

Afortunadamente aún le quedaban dos meses por delante para terminar su ficción: "La broma funesta".
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